Hace unas semanas una noticia publicada en el periódico francés “Le Monde” informaba que Suecia abandonaba su plan de digitalización en las aulas regresando a los libros de texto en papel. Esta decisión se tomaba a raíz de los bajos resultados obtenidos en comprensión lectora en el informe PIRLS 2021. A partir del titular de esta noticia, en las redes sociales se reaviva un debate que ya viene de lejos y que es alimentado por distintos sectores y movimientos. Relacionado con este tema recuerdo que también saltaba a la palestra en el diario «El País», hace unos años, la noticia de que los ingenieros de Silicon Valley enviaban a sus hijos/as a colegios que les garantizaban una educación alejada de las pantallas. Existen escuelas y metodologías que precisamente defienden este requisito como garantía de una educación de mayor calidad. También surgen asociaciones y expertos muy críticos con el uso de estos dispositivos con fines educativos. Incluso ya empiezan a darse casos de familias que se declaran objetoras digitales oponiéndose a que sus hijos/as utilicen libros digitales y online en sus centros educativos.
Actualmente vivimos momentos en los que las pantallas se están demonizando desde distintos frentes. Ahora mismo para algunos sectores el uso de pantallas en centros y hogares es el responsable de la falta de atención, dependencias profundas, conductas agresivas, ciberbullying, falta de competencia lectora y de razonamiento, problemas de salud … Las pantallas se están convirtiendo en el “chivo expiatorio” que producen problemas en niños y jóvenes de carácter académico, de convivencia o sanitario. Y esto unido a la preocupación por la privacidad infantil en Internet puede dibujar un futuro más próximo al aula de donde venimos que al aula donde tendríamos que ir. Muchos docentes encontrarán en todo ello el argumento para abandonar los libros y recursos digitales y retornar en exclusiva al lápiz y papel como garantía de seguridad y tranquilidad. Y si no se corrige el rumbo, creo que será el futuro más o menos próximo de la enseñanza obligatoria.
No voy a insistir en el discurso de ensalzar las ventajas del uso de las pantallas ni tampoco los inconvenientes de su mal uso porque creo que resultan evidentes. Hasta el mejor manjar de este mundo, debe tomarse con moderación para que no nos haga daño. El uso de las pantallas en la escuela y en el hogar es algo similar. En clase es posible combinar con acierto y mesura los soportes analógicos y digitales de la misma forma que se alternan actividades y metodologías. Resulta necesario tomar conciencia y solucionar el uso inadecuado. Porque tratar de generalizar relaciones de causa-efecto entre uso de las pantallas y los trastornos observados me parece bastante injusto cuando no se tienen en cuenta dosis y formas de empleo así como otros factores sociales y empresariales determinantes. Algunos echamos de menos algo más de experiencia docente a pie de aula de los “gurús” que demonizan las pantallas y también algo más de rigor científico en las investigaciones que se aportan. Porque en una sociedad globalizada como la actual es fácil averiguar los lobbies o intereses que hay detrás de ciertos puntos de vista.
Creo que es crucial que reflexionemos sobre el currículum oculto que conlleva esta demonización de las pantallas en las aulas. Negar el potencial educativo de un buen uso de las pantallas es ir contracorriente de una sociedad que avanza en mejorar la calidad de vida de todos sus ciudadanos y su prohibición supone reducir drásticamente las oportunidades de aprendizaje de los más jóvenes incrementado la brecha digital.
En ocasiones esto va de modas. Cuando la tecnología se globaliza, hasta llegar a las clases más modestas, ya deja de ser “cool” y su rechazo se populariza porque ha perdido su valor como marca de clase. Por otra parte hay quien ha llegado a asociar el uso de las pantallas con los episodios más duros de la pandemia. Y esta asociación puede concluir en cierta antipatía en favor de formatos más analógicos y presenciales. En el periodo pandémico se puso de manifiesto la importancia del soporte digital y del aprendizaje híbrido en contacto con Internet como forma de supervivencia en la comunicación y formación personales. Gracias al contacto con las pantallas descubrimos una forma de aprendizaje resiliente y permanente para toda la vida. Pero una vez superado este periodo y con la idea de que no volveremos a vivir un encierro similar, esa necesidad parece volatilizarse y desaparecer.
Algunos nostálgicos quizás encuentren muy interesante regresar a aquella forma de hacer trabajos consultando libros en una biblioteca y si son escritos de puño y letra mucho mejor. No cabe duda que todavía es una práctica recomendable pero en los tiempos actuales no debería ser la única forma de crear un trabajo de investigación. Es importante tener en cuenta que los avances tecnológicos, cuando se popularizan y se hacen accesibles a la ciudadanía, modifican las competencias necesarias para desenvolverse en la sociedad. Pueden hacer que ciertas habilidades ya no sean tan necesarias y otras surjan como imprescindibles. Y esto exige una revisión periódica de ese modelo educativo competencial porque las necesidades actuales de nuestro alumnado cambian precisamente como consecuencia de estos avances. Y esa revisión demanda nuevas propuestas de tareas, nuevas metodologías y sobre todo nuevas formas de evaluar (incluyendo pruebas PISA y similares). A modo de ejemplo, podemos citar que llevamos décadas enfatizando la búsqueda y selección de la información como elemento imprescindible dentro la competencia digital. Pero los últimos avances en chats conversacionales de IA (léase chatGPT, Bing Chat, Google Bard …) han puesto “patas arriba” esta dimensión de la competencia digital. De forma urgente es necesario replantearse este modelo evitando soluciones simplistas y poco eficaces como prohibir ese recurso tecnológico o bien seguir mirando para otro lado.
En educación ya estamos acostumbrados a vaivenes de ímpetu naturalista donde se ensalzan los valores de una formación que prescinde de los adelantos tecnológicos. Pero a los defensores de este modelo conviene recordarles que ese mundo que se anhela ya no existe. Que la naturaleza tenga un espacio importante en la educación de los niños/as puede ser algo muy interesante pero no debemos olvidar que viven en una sociedad muy influenciada por los progresos tecnológicos. Casi sin darnos cuenta ha transcurrido prácticamente un cuarto del siglo XXI. El fenómeno Internet y los avances tecnológicos (incluyendo la Inteligencia Artificial) son imparables y lo impregnan todo. Es necesario trabajar con ellos desde la escuela para empoderar a las nuevas generaciones en su buen uso. De esta forma pueden descubrir una forma distinta y más enriquecedora de relacionarse con las pantallas. Desde el aula se pueden sentar las bases para un aprovechamiento de las tecnologías a nivel personal evitando los efectos no deseados producidos por un uso excesivo e inadecuado. En esta línea de trabajo todavía nos queda mucho camino por recorrer porque hasta la fecha no se ha afrontado a nivel institucional y curricular con el rigor merecido. Pero si se eliminan de las aulas resultaría imposible abordar esta dimensión y es entonces cuando convertiríamos a nuestros alumnos/as en huérfanos digitales. Porque ellos, fuera de los centros educativos, seguirán usando dispositivos pero en este caso lo harían a su libre albedrío con los peligros que ello conlleva.
Debemos ser conscientes de que en esta ocasión la prohibición nunca educa en el buen uso. Puede detener momentáneamente un problema pero no lo resuelve. Vivimos en un mundo de pantallas y el gran desafío que tenemos por delante es formar a nuestros jóvenes para que ejerzan un uso seguro, responsable, crítico, sano, motivador y eficaz de estas tecnologías.